
Los periódicos nacionales son unánimes a la hora de comentar la reaparición de Cristina Sánchez en la plaza de toros de Cuenca. «El ambiente que se respiraba en Cuenca a las cinco de la tarde hacía intuir que algo importante se cocía en la ciudad. La expectación era igual (o mayor) que si se tratara de una estrella Hollywood» se lee en El Español..
No era para menos, la torera Cristina Sánchez (44 años) reaparecía después de 17 años y lo hacía por dos buenas razones: para luchar contra el cáncer infantil y para que sus dos hijos la vieran torear por primera vez.
Lucas Pérez, en El Mundo, se refiere a la «solidaridad torera y amor de madre. Dos razones de peso que han empujado a Cristina Sánchez a enfundarse de nuevo un vestido de torear. Dos veces lo había hecho en este siglo. Desde su retirada en Las Ventas aquel 12 de octubre de 1999, apenas un regreso fugaz de dos tardes en 2006 había matado en parte su gusanillo interno del toreo. Ayer, en Cuenca, Cristina sintió otra vez el hormigueo. Y cumplió el sueño de que sus hijos, de 13 y 15 años, vieran a su madre torear y se sintieran orgullosos de ella.

La madrileña donó sus honorarios a la investigación del cáncer infantil en la que es eminencia el jefe de Oncología pediátrica del Hospital Niño Jesús de Madrid, el doctor Luis Madero. Y con una preparación física impresionante, Cristina rayó a gran nivel toda la tarde. Vibrante fue el recibo a su primero, a la verónica ganando terreno, con el sitio de antaño intacto. Y esa sensación de seguridad la mantuvo después en una faena firme, templada, de toques precisos y siempre con la entrega por bandera. El desplante desafiante sin muleta precedió a los ayudados por alto finales antes de volcarse sobre el morrillo del de Daniel Ruiz. Sin puntilla el toro y dos orejas para una Cristina triunfante y feliz».
Patricia Navarro, en La Razón. «Con el vestido metido de costuras, más flaca que cuando hacía el paseíllo día sí y día también, rubia, peinada, repeinada, esbelta, torera y con sus dos hijos viéndola desde el tendido. Una locura a todas luces para la mayoría de los mortales. Sólo un corazón torero atiende a las razones del alma. Pisó plaza y sueño que han mortificado los desvelos casi a la vez en los últimos meses. Acercándose en el tiempo desde que dio el «sí, quiero». De berenjena y oro. Y por una buena causa. Gratis. Sin beneficio. Para la investigación del cáncer infantil, ese mal que amarga. La vocación altruista de jugársela sin llevarse nada más que la felicidad de volver a ser. Sentir. Tan lejos, tan cerca. Qué tendrá este endiablado toreo».

Lo de menos fue el resultado: Enrique Ponce, de azul y oro, estocada arriba punto trasera, tres descabellos, aviso (saludos); media trasera y tendida, aviso, descabello (oreja). Cristina Sánchez, de berenjena y oro, estocada (dos orejas); dos pinchazos, media, dos descabellos (vuelta al ruedo). El Juli, de verde botella y oro, estocada muy trasera, descabello (oreja); estocada fulminante (oreja). Lo importante estuvo ahí, en la plaza de toros de Cuenca inscrita para siempre en el libro de la gloria. Como cuando en los años cincuenta Ava Gardner iba a Las Ventas.
