“Cuenca es el resultado –inconcluso- de una rara fantasía y el utilitarismo funcional y vital del espacio. Cuenca pertenece a la categoría cabal de la belleza; es como una mujer que, sin ser perfecta ni tampoco exótica, tiene un algo especial que encandila y admira y te atrae inexorablemente. Hay una mezcolanza entre llama y hoguera, viento o remolino…”
Carlos de la Rica escribía así en el volumen dedicado a Cuenca cuando, en 1991, la Diputación Provincial editaba ese libro en el que colaboraban, además, Enrique Domínguez Millán, Dimas Pérez Ramírez, Miguel Jiménez Monteserín, Mª Luz Rokiski Lázaro, Nicolás mateo Sahuquillo, salvador Fernández Cava, José Luis Muñoz Ramírez, Raúl Torres y Antonio Lázaro Cebrián.
“Desde cualquier plano el espectáculo de la ciudad es inolvidable. Enseguida vemos el cogollo alzado”, escribía Carlos. “En Cuenca sobran plomada y compás. Obedece todo a un conjuro poético que dijo el poeta Luis de Góngora: ninfas bailando, criaturas de agua y de viento en una danza de agua, brisa y recovecos”.
Agua bailando. Lluvia cayendo sin piedad sobre esta Cuenca cuajada de impresiones.