
Casi despertamos a los pastores, en Villalba de la Sierra, cuando llegamos al campamento tras cruzar la carretera de Portilla y el arroyo fétido de Villalbilla que en verano baja cantando.
Rubén y Jóse, que acababan de abrir las tiendas, dibujaban los primeros bostezos en una mañana de luna llena y cuchillos de viento fríos que dejaban esa sensación térmica tan característica mientras las ovejas permanecían, por poco tiempo, dentro del corral perimetrado por el pastor eléctrico porque, los faros de una pickup blanca, anunciaban la llegada de Grati que la noche anterior había dormido en su casa de Las Majadas. Venía con “Cañamón” (Agustín) que ejerció de hatero en la bajada otoñal bautizándose de esa manera por esta greda. Arcilla, seca ya a pesar de las últimas lluvias en la que las ovejas van dejando huellas de pezuñas al tiempo que esparcen semillas por doquier.
Todo se desarrolla rápidamente. Desayuno, poner la silla en la yegua y abrir la cerca tras desconectar la batería que alimenta al pastor eléctrico.
Dejamos atrás los 1.034 metros de la base del barranco -en donde se acumula una casi montaña de estiércol- y vamos subiendo cuestas que toponímicamente coinciden con lo que los ojos ven: los Yesares. No es que sea un filón de lapis specularis pero, encima de las arcillas, afloran piedras de yeso. Falta el nombre del paraje por el que vamos, más arriba ya, salpicado de carrascas con raíces que parecen reptiles abrazándose entre la nada, los guijarros y pequeñas cárcavas erosionadas por la escorrentía de las aguas superficiales.
El Cerro del Barranco Merino nos encañona en un pedregal por el que hasta el mastín camina con serias dificultades. Quizá, por eso, las ovejas prefieren las laderas para avanzar por este paisaje pétreo en el que enormes bloques calizos tienen las formas de lo que quieras imaginar. Piedra, retamas, rosales silvestres, alro y algunos negrales, pocos, forman el tapiz vegetal a la altura de la Fuente del Maíllo que nada tiene que ver con el paraje de igual nombre más allá de la Sierra del Agua entre Majadas y Huélamo.
Los balidos se encadenan y ensordecen cuando las ovejas barruntan la cercana Tiná del Rojo, auténtica línea fronteriza entre la sierra y lo que no es. Hemos escalado unos trescientos metros y ya, el color verde pino y verde hierba es el dominante aunque se mezclen con amarillos, blancos, azules y morados de las flores de la pradera.
No lo he dicho aún pero, con los tres pastores -porque Grati se adelantó por carretera-, viene también Luis Hortelano, un matemático amante de los animales y de la trashumancia y el que esto escribe que soy yo.
La cuesta es cuesta y, a veces, cuesta demasiado. Todos hemos cambiado la manga larga por la corta y cubrimos nuestras cabezas con sombreros de paja o gorras beisboleras que, por cierto, no cubren el cogote y al final de la jornada está como un tizón.
Y así, tras cinco horas de marcha, el peso del sol comienza a hacer mella en el ganado que busca sombras bajo los pinos y agua en este paraje del Ceñajo del que casi se divisa la Fuente de la Taza. Un manantial sumidero en plena caliza, con forma de cuenco, en el que viven los helechos y del que mana la suficiente agua para llenar los gamellones en los que se bañan también los buitres. De hecho, esa plataforma rocosa, arriba del todo, es realmente una buitrera.
Ante el cariz que toma semejante situación, con las ovejas buscando sombras, modorras como dicen por aquí, “Cañamón” es el que da la voz de alarma y en lugar de ir vereda arriba, por el Cerro de San Bartolomé a Las Pecuarias, ordena cortar por la citada Fuente de la Taza y dejar a las ovejas en los prados de arriba porque, esos, ya son los suyos.
Hay que escalar un desnivel de órdago y, a falta de camino o senda, lo mejor para ello es dejar que el ganado lo abra porque, si miramos un mapa, aquí las curvas de nivel se abrazan tanto que ni se cuentan.
Queda el final. Ovejas vaciando los gamellones, salvando los últimos obstáculos y llegando a las praderas que las reciben con miles de flores amarillas.
Grati, que se unió a la subida final, había aparcado su pickup a la sombra de una carrasca. Hasta allí fuimos porque, como las ovejas, barruntábamos lo que en ella había: jamón, queso, pan y cervezas. ¡Ah!, y la bota de vino de “Cañamón” que aún tenía tinto de crianza. Y entre trago y trago, risas incluidas, historias de garrapatas que uno no sabía que las hubiera de varias especies. Y es que las garrapatas, no son solo para el verano.

