No cabía un alma en el interior de la iglesia de la Virgen de la Luz para despedir a Cristina y, por eso, éramos muchos los que acompañábamos a la familia, en el exterior del templo, desparramados entre las barandillas del puente y ese espacio peatonal que queda hasta la fuente en la que, cada ciclista, se hidrata tras el esfuerzo de subir y bajar sierras.
“Las emociones desbordaban el interior de la iglesia y salían a la puerta en busca de la pequeña imagen de la V de la Luz buscando eso, Luz, y la gente, muchísima, se saludaba entre lágrimas y las palabras, siempre las mismas, eran el martillo pilón del duelo de la vida: “qué pena. No hay derecho. ¡Ay, Dios mío!”.
Don Anastasio Martínez, que ofició la ceremonia, tuvo problemas a la hora de comunicar, en la homilía, lo duro de este momento en el que, las palabras, atrapadas en la garganta, no quieren salir pero escapan para dar aliento, fuerza y esperanza a la familia aunque, el dolor, haya enraizado para siempre. Recordó momentos similares vividos en su etapa de párroco,
en Las Majadas, cuando contempló a una madre con su hijo muerto, ensangrentado, entre sus brazos, al tiempo que hacía paralelismo con la imagen de la Virgen de las Angustias a la que encontramos nada más entrar, a la izquierda, o, en su caso, desde el altar mayor, al fondo de la nave central con su Hijo muerto ,entre sus brazos.
Desde hoy, Cristina, para sus familiares y amigos, además de un recuerdo imperecedero lleno de amor, se fundirá con la tierra porque, su cenizas, serán esparcidas en lugares que fueron muy especiales para ella: las rocas de Valdemorillo de la Sierra, la Playa Artificial y el campo de rugby en donde era la número uno. Será, recordando al grupo Kansas, polvo en el viento:
Al cerrar mis ojos
un momento, nada más que uno,
pienso en lo pasado
aquellos buenos días que no volverán
Polvo en el viento
Polvo somos y en polvo nos uniremos