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Huélamo, la Walmu en época de dominación árabe, se extiende sobre un bancal -a unos 1.350 metros de altitud- dominado por el castillo: un colmillo de roca en el que se conservan restos y en el que dicen que está la tumba de Viriato. A sus pies, la iglesia parroquial de La Asunción y, un poco más abajo, guardando el cementerio, la ermita de la Virgen del Pilar con recientes pinturas de estilo bizantino. Más allá, o más acá, pradera verde, flores, fuentes, arroyos y riachuelos.
Desde Valdeminguete, a 1.600 metros, la visión se abraza al horizonte en el que se divisa el Castillo. Una ruta de ensueño, entre albares, en la que las fuentes de la Chaparrilla, del Aguarelo y, sobre todo, de la Toba, quitan penas robando camino hasta las cuevas de las Grajas a tiro de piedra, ya, del trashumante Barranco del Judío a cuyos pies discurren las aguas del Almagrero que hacen del Júcar un río en el puente románico cuando la Sierra del Agua deja de serlo.
En el Masegar, por esos caminos de montaña, embrujan las aguas del Arroyo de las Chorreras -artífice de travertinos y tobas- al tiempo que te envuelve en orquídeas azules, fresas sin madurar, fuentes y restos de viejas tejeras que un día fabricaron techo y cobijo.
Es Huélamo de agua y cielo en primavera. De riscas, valles y praderas. De miradores urbanos, rosales trepadores hasta rejas centenarias, merenderos a la sombra y acontecimientos como el que celebran este año: V Centenario del Nacimiento de Julián Romero
Huélamo: en las Sierras del Agua y en la Sierra de Cuenca.