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Hospedería Ballesteros, hotel rural donde los haya en Cuenca, es una isla de Paz a la que van a romper las olas del cereal tras acunar, entre vientos, ababoles ruborizados ante tanta espuela de caballero que llaman consólida y que, a escasos metros de las lagunas endorreicas, tiñen el campo de un azul casi infinito.
La entrada a la Hospedería es una puerta enmarcada, en un portón de clavos, que abre de par en par las emociones que se cuelan como por ensalmo en la casa principal en la que, pronto, descubres que sí. Que existe esa habitación soñada con yacuzzi y chimenea a la que llaman Lagunas, Pirámide, Cueva o el Altillo.
En el jardín, ya, dejando atrás un comedor que no hace solitarios, más sorpresas más allá de la pérgola: una Jaima en el oasis de tus sueños, el Dosel o el Mirador en el que hacer parada y fonda para no quedar convertido en estatua de sal ante el cuadro natural de Monet.
Queda algo más. Que se encuentra a cinco kilómetros de un campo de golf y a tan solo 10 de Cuenca: la ciudad encantada Patrimonio de la Humanidad. Pero si vienes a la Hospedería Ballesteros, te sobrará eso y lo demás porque no querrás salir.