Cuando introduces la mano en el torno para coger la llave que abrirá la puerta de la clausura, has tenido que dejar parte de tu equipaje a la sombra porque aquí, tras subir unos peldaños que parecen de cristal de lo limpios que están, aquí, en este recibidor, te quedas con lo puesto, frente a ellas, las monjas de clausura aunque haya una reja por medio. Las monjas de la comunidad Justinianas Canonesas Regulares, fundada bajo la advocación de San Pedro en el año 1508 e incorporadas a la Fundación de San Jorge Inalga, de Venecia, que fundó San Lorenzo Justiniano.
Todavía no son las seis y media de la mañana cuando, las Petras, como se las conoce en Cuenca, inician una dura jornada cantando maitines en el coro. Están ahí. Al otro lado de la reja sin dejar de sonreír. Sentadas en semicírculo para facilitarme saber quién es quién.
Sor Gema cambió la bata blanca de farmacia por el hábito blanco del noviciado. Llevo aquí, en el convento de Cuenca, aproximadamente un año y tres meses. Sentí la vocación y me vine sin dudarlo”, dice en este recibidor locutorio al tiempo que recuerda a un sacerdote, vecino suyo en Valencia, que le habló de las Petras.
Con sor Gema, como digo, hay más monjas. Las Constituciones de la Orden permiten libertad a la hora de comunicarse entre ellas, de nombrarse como dice la madre María, Vicaria: aquí no hay grados. Aquí el grado al que aspiramos es al mayor grado de perfección y al de amar a Dios y amar a los hombres y, por eso, nos hemos volcado en la clausura. Y no cuando somos mayores, no, sino cuando somos jóvenes. Gema, por ejemplo, dejó una carrera casi terminada, la de farmacia, para estar aquí. Otras a los 19, otras a los 20, otras a los 15 como la madre Antonia que llegó con 15 años en el año 1936 de la mano de sus padres. Eran tiempos muy difíciles, añade. Y es que cuando Dios llama te da muy fuerte. Entonces hay que contestarle o dejarlo.
La madre Belén, en el centro del grupo, lleva un medallón dorado en el pecho con el escudo de la orden y la imagen con la Inmaculada en relieve. Nosotras estamos dedicadas a una misión específica que es la de rogar por el Romano Pontífice y por los ministerios sacerdotales del mundo. Por las misiones. La Inmaculada es la patrona de la orden y las llaves de San Pedro y la Tiara -el escudo pontificio-. Son nuestros símbolos.
La única que conoce el Vaticano es sor Gema. Lo visitó antes de meterse a monja aquí, en el convento de Cuenca. Llevo dos años de novicia, medio de postulante , tres de votos simples y la profesión solemne.
La madre María de los Ángeles lleva quince años en la Orden. Vino desde Valencia y aquí encontró su paraíso de doble cara. Incluso se han muerto nuestros padres y no hemos ido al entierro porque, nuestros padres, comparten nuestra vocación y, ellos mismos, pues también hacen el sacrificio ese de la entrega de un hijo y lo entregan con todas las consecuencias, dice al tiempo que la madre María se suma al tema: la madre de María Pilar, pues igual, murió hace unos años en Corral de Almaguer. Vino aquí, a despedirse y, pocos días después, murió. Hizo un viaje, como estaba muy mayor, dijo “vamos al convento no vaya a ser que no la vea más”.
La madre Eulalia es una artista del bordado. Nos la trajeron los Reyes hace como diez años y no la esperábamos. Era la víspera, hacia un sol resplandeciente y estábamos en el jardín limpiando y quitando ramas secas cuando nos avisan de que venía con sus padres. Que no querían pero, al final, pudo con su fe y llegó hasta aquí, explica la madre María. No me dejaban porque yo era la primera que salía de casa y eso, era muy fuerte para mis padres. Fue un auténtico duelo porque la mayor estaba sin casar todavía.
Las razones que encuentra una estudiante de Farmacia, con todo a su alcance, para encerrarse en una clausura, ¿quién las sabe?. Es un querer dar a tu vida un sentido más serio y consecuente porque la ocasión es la misma. Todos somos cristianos y estamos llamados a hacer el mismo camino aunque, la religión, es un compromiso más serio. El que queremos tomar.
Las Petras comparten todo lo que tienen. Incluso las risas y penas de los demás en este caserón de mediados del dieciséis, con arreglos serios en el dieciocho, y otros más tras la guerra porque tanto en el convento como en la iglesia, arrasaron con todo.
No hay calefacción, la temperatura media no llega a los trece grados y, como dije, la jornada laboral comienza a las seis y media de la mañana. El coro por la mañana dura dos horas o algo más. Después vamos a desayunar , luego tenemos un tiempo libre y, después, toca trabajo en la sala de labores.
El desayuno, café con leche y pan, es el carburante que alimenta un motor que trabaja hasta la una menos cuarto en que van al coro a rezar sexta. Cantan el himno y los salmos y, ya, a comer porque hoy, como dice la madre María, hay arroz con un poco de pollo y ensalada y, de postre, una naranja. Nosotras ayunamos sobre todo en adviento y cuaresma todos los días, dice.
Después realizan una visita al Santísimo y, ya, a una especie de recreo en el que charlamos, nos reímos o contamos cosas hasta la hora del silencio mayor en la que cada una, en su celda, se dedica a lo que quiera pero en silencio. No se debe escuchar ni el ruido de una puerta.
Todo este tiempo permanecen en unas celdas que, con la excepción de la de la madre María de los Ángeles, que es espaciosa y con dos ventanas, son pequeñas y frías. Lo junto para albergar una pequeña cama, un perchero, una silla y una pequeña mesa. Luego vamos al coro en donde rezamos tres partes del rosario en distintas horas. Cantamos, rezamos y si es el mes del Corazón de Jesús, hacemos la letanía del Corazón de Jesús. Depende, dice la madre María. Y después otras dos horas y media de trabajo en la sala de labores o cada una en su celda, como por la mañana.
A las seis y media de la tarde finaliza lo que es el trabajo ya que, a las siete menos diez, tienen que estar en la misa que oficia don Manuel – el párroco de San Felipe de Neri-, todos los días. Le sigue una oración personal, cantan vísperas y, en estas fechas, hasta villancicos. La navidad aquí es muy alegre. Muy alegre. Sí porque parece que no sé. Estamos llamadas a vivirlo de otra manera, no como en las casas. Nuestra alegría es distinta. No tenemos bebidas, ni espumosos. Nada de eso ni lo echamos de menos. Para nada.
Cuando terminamos de cantar lo de “hacia Belén va una burra”, hablamos de los Reyes Magos. Yo no he pedido nada. No tengo costumbre de pedir nada pero creo que por ahí sí han pedido, dice la madre Vicaria mientras que la madre, Maria Pilar, dice que lo que ellos quieran. Como a veces hacen falta cosas, pedimos lo que puede hacer falta pero ahora no. Unos pañuelos, hilos para bordar. Cosas que podamos utilizar.
En nochevieja cenaron sopa y pescado. Cosa de poco. Ayunamos y esa noche no comemos mucho. Nuestros estómagos no están para muchos trotes. Desde que comienza el adviento se cena muy poco y, ahora, con las fiestas de navidad, pues cambian los horarios de trabajo. Hay más trabajo aunque el segundo día de pascua sea festivo. En general el ambiente es más suave, hay más recreos, más tiempo libre y un ambiente más alegre. También recibimos la visita de las familias, amistades… Cambia algo, sí. Y bueno, las celebraciones son más alegres. Más de villancicos. Al terminar la meditación, en lugar de terminarla como el resto del año, lo hacemos con un villancico. Cambia un poco el estilo. Nos acomodamos a la alegría d estas fechas, dice una de las madres. A veces nos regaña la madre Vicaria porque dice que tenemos demasiada alegría, pero madre, si estuviésemos tristes, ¿que diría usté? Si no pensamos en nada más que en el Señor. Cada vez que hay recreo, nos reímos, dice la madre Eulalia.
Las madres Justinianas, las Petras, como todas las órdenes religiosas de clausura, hacen real el ora et labora siempre y cuando, el labora, no interrumpa el ora. Viven de su trabajo. Trabajamos muchísimo mire usté. Vivimos del trabajo. Se plancha, de lava, se zurce, se borda, hacemos mantos…de todo. Todo lo que nos encargan lo hacemos aunque cobramos menos de lo que deberíamos. Tenemos peleas con la madre porque le da vergüenza cobrar. A nosotras nos suben todo. La luz, el butano etc. y cobramos cuatro perrillas. Cobras dos mil pesetas por un enorme trabajo y a la gente la parece mucho.
Las reglas dejan claro que no materialicen el trabajo pero, como ellas dicen, no queda más remedio para seguir una vida tan austera como la que llevan. Un hábito, por ejemplo, dura quince años y de moda o de vestidos ni se habla. Hace veintinueve años que no me pongo un vestido, dice la madre Vicaria. La madre María del Pilar, treinta y cinco, dice. Quiero el hábito y morirme con él.
Lo que más les apura es el mantenimiento del edificio, de la Casa fundada en el año 1509 porque lo que sacan de su trabajo, a veces hay que invertirlo en el convento. No hay dinero para hacer una obra, pero la Providencia de Dios siempre se presenta de alguna manera y nos echa una mano. El hielo rompe tuberías y tenemos desbordamientos, alguna vez ha salido ardiendo un cable…de susto en susto.
Treinta y dos años después
El viento de la vida barre deprisa. Muy deprisa.
De aquella reunión en el locutorio, en la que no estuvo sor Sagrario por cuidar de la huerta, quedan tres: sor Gema, la madre Eulalia que llegó con 18 años y la madre Concepción. Las demás murieron, por la edad. Las echamos de menos, dice sor Gema, la novicia que llegó procedente de Valencia abandonando la carrera de farmacia y que, curiosamente, lleva once años en Araquipa, Perú, a donde marchó para fundar un monasterio de la orden, dependiente del de Cuenca, en el que viven en comunidad 24 hermanas. Hace tres meses que regresó a Cuenca y, pasadas las fiestas de navidad, volverá con la nueva congregación.
Audio sobre el trabajo.
Audio madre María
Audio Villancico